El pintor de la violencia, la angustia y la esperanza.
Existen también formas de violencia en el arte, la pintura por ejemplo; el pintor irlandés Francis Bacon cuyas pinturas reflejan su pensamiento social, la fuerza de la ambigüedad de sus obras es lo que hace de Francis Bacon
un referente crucial de la pintura posterior a la Segunda Guerra
Mundial, cuando los basamentos modernistas parecieron desfallecer. Bacon
pone de manifiesto el choque de fuerzas que se origina en el mundo
occidental: por un lado la vertiente racionalista, por otro, la
vertiente organicista, en el centro Bacon sosteniendo en espacios
ascéticos los cuerpos que se desmembran en esa lucha por la fijeza, por
la estabilidad jamás conseguida.
Francis Bacon basa su producción artística en la representación
obsesiva del cuerpo del hombre. Una representación que responde,
básicamente a las siguientes ideas:
- El cuerpo ya no es observado como el espacio, el refugio, que asegura la idea del yo, sino, por el contrario, el dominio donde el yo es contestado e, incluso, perdido.
- El control sobre el propio cuerpo es una ilusión, el hombre basa su existencia en una falta de estabilidad que le es desconocida.
- Se cuestiona la identidad y los valores que se consideraban conformadores del hombre el cuerpo es reconstruido y sus fronteras traspasadas y/o superadas.
A consecuencia de todo ello, Bacon va a representar icónicamente
el cuerpo como un objeto mutilado que regresa a la animalidad, que se
encierra y enfrenta a sí mismo desbordando los estereotipados discursos
de la masculinidad y la construcción cultural de los géneros, que,
obsesionado por su proximidad a la muerte y su semejanza al cadáver
llega a disolverse y a desaparecer.
El cuerpo como objeto mutilado; regresión a la animalidad.
El mundo de Bacon -su imaginario, sus preocupaciones pictóricas-
se centraba en lo que podríamos denominar la realidad humana
irreductible: la cabeza, la protuberancia con la que termina el ser
humano1.
Bacon descubrió que la forma más simple y más efectiva para
crear la intensa emoción que quería que sus cuadros transmitieran, era
hacerlo de una sola embestida, que todo lo que necesitaba era una cara o
una figura, apenas esbozada, una jaula o una cortina partida. Observar a los animales, generalmente en reportajes fotográficos, sirvió
a Bacon de entrenamiento para develar y expresar de forma más precisa
el instinto humano. Bacon sólo quería captar ese instinto, el hombre
despojado de su humanidad, el hombre como animal. El resto era "una
glosa a la civilización, encubridora de la maraña de furia y del bramido
de miedo que se escondían en grandes cantidades en seres humanos".
Bacon basa pues su producción artística en la obsesiva representación del cuerpo del hombre como animalidad.
Bacon va a representar icónicamente el cuerpo como un objeto
mutilado que regresa a la animalidad, que se encierra y enfrenta a sí
mismo deconstruyendo las convenciones de género y desafiando no sólo la
gramática de los sexos -en particular los estereotipos de la
masculinidad- sino la anatomía de nuestra precaria carne, la que pese a
nuestra obsesión cosmética por mantenerla en forma y -poder así-
responder a los apetitos de su propia condición animal y
autodestructiva, tiende a disgregarse y desaparecer3.
Durante más de medio siglo, Francis Bacon fue creando una serie
de cuerpos crucificados, contorsionados, mutilados, deformes, con
rostros en el límite de la desaparición, criaturas que copulan, defecan,
vomitan, eyaculan, sangran, y se desmoronan.
El cuerpo -en la obra de Bacon- se hace carne, se desacraliza,
rompe con la armonía de la superficie y de la forma en un ser amenazado
por su propia definición, esto es, por la dispersión de su identidad4.
Un cuerpo que se descompone, se vacía, se prolonga en los torrentes de
semen, se dilata, se mezcla con otros cuerpos, se metamorfosea en su
reflejo. Frente a la concepción de un cuerpo o una piel idealizada,
Bacon configura -o desfigura- la materialidad de la carne cuya
viscosidad y crudeza de color nos recuerda la animalidad del ser humano.
Bacon disecciona el cuerpo como un cirujano, para enfrentarnos a la
vulnerabilidad de la condición humana. Bacon crea un texto fisiológico,
marcado por lo más abyecto del ser humano, que nos lleva a una profunda
agresividad y violencia hacia el propio cuerpo y el de los otros. "Lo abyecto nos confronta con esos estados de fragilidad en que el hombre vaga en los territorios de la animalidad"Alejandro Obregón
Violencia (1962)
La pintura Violencia revela la imagen de una mujer tendida que se funde con la línea que divide cielo y tierra. Es una mujer mutilada, sin brazos y sin una pierna; el contorno del rostro, su seno y su vientre encinta se levantan sobre el horizonte dibujando un conjunto montañoso. La pintura no revela actores de los hechos, no ofrece pistas sobre la muerte, sólo ubica un personaje femenino enmascarado que yace con los ojos cerrados y se integra a un acallado espacio gris. Algunos visos rojos de sangre aparecen sin pretensión de escándalo y se mezclan con la tierra negra que la rodea. Si bien el cuerpo y el espacio pueden identificarse en su singularidad, también se compenetran en una sola entidad. La obra incorpora una concepción personal de la muerte en una mujer anónima, encubierta por una maraña de gestos pictóricos, cuyo cuerpo desmembrado y deformado aguardaba el nacimiento de otro cuerpo; pareciera como si el terror hubiera irrumpido incluso en el anhelo de una nueva vida. La violencia, un territorio montañoso y sombrío bajo una densa penumbra gris, se siente hostil en su desolación y su silencio.
Los logros visuales que ostenta el
trabajo de Alejandro Obregón y la manera como trata las referencias contextuales
lo convierten en pivote del proceso de renovación estética del arte colombiano
de mediados del siglo XX. Sus aportes más significativos en este sentido están
en consolidar un lenguaje personal en que se manifiesta el contexto en que
vivió, y crear un repertorio de símbolos que aluden al conflicto sin acudir a la
narración literal de los hechos. Su forma de asumir las posibilidades expresivas
de la pintura replanteó tanto el influjo de la tradicional pintura realista como
el del arte comprometido políticamente, que acudía a escenificaciones
explícitas.Violencia, una pintura que fue merecedora del primer premio
del XIV Salón Nacional de Artistas, es clara muestra de todas estas
características.
A lo largo de la década de 1950, una
década donde el conflicto político se vio recrudecido, Obregón concibió una
serie de elementos simbólicos para referirse tanto a los paisajes que lo
conmovían como a los hechos inscritos en el itinerario de masacres que vivía
Colombia. Entonces aparecen los cóndores sobrevolando cordilleras, algunas veces
fusionándose con toros, para designar el paisaje de los países andinos y sus
vínculos geográficos, históricos y culturales; los volcanes submarinos y algo de
la flora y fauna acuática conmemoran la vitalidad del Caribe. Así
mismo, Masacre del 10 de abril (1948) o Estudiante
muerto (1956), son obras que responden a distintos capítulos violentos de
la Bogotá de la época. La primera de estas pinturas se refiere a las víctimas de
los enfrentamientos motivados por el asesinato del líder popular Jorge Eliécer
Gaitán, y comprende formas de descripción de los personajes similares
al Guernica de Picasso; además, es en ella donde primero aparece la
imagen de la mujer embarazada tendida en el suelo, víctima de la devastación de
la barbarie. En Violencia, la aparición de esta mujer es el resultado
de profundas reflexiones en torno a las posibilidades que el medio pictórico
ofrece para expresar el mundo.
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